Vocación. La vocación según el diccionario es la “inclinación o interés que una persona siente en su interior para dedicarse a una determinada forma de vida o un determinado trabajo.” No sé si todos tenemos una vocación, supongo que sí pero quizás muchos no la han descubierto. Lo que sí sé es que somos pocos los afortunados, o los inconscientes, según quien mire, que tenemos la suerte y la valentía para dedicarnos a lo que de verdad nos gusta.

Felicidad. La felicidad según la RAE es el “estado de ánimo de la persona que se siente plenamente satisfecha por gozar de lo que desea o por disfrutar de algo bueno.” Es decir, los pocos afortunados, tontos a otros ojos, que dedicamos nuestra vida a nuestra vocación somos felices o estamos muy cerca. No es por el dinero o los bienes materiales, aunque a quien no le da la vida una “Sonor SQ2” o un John Deere 7230R armado hasta arriba… Es porque cuando consigues dedicarte a lo que te gusta lo demás fluye, el resto del universo deja de ser un lugar incierto para convertirse en armonía.

Desde pequeños Adrian y yo hemos recorrido un camino paralelo en el que teníamos nuestras vocaciones marcadas. A mí la agricultura me gustaba y me gusta por encima de todas las cosas y a él la batería. Aunque es verdad que también le gusta la agricultura, pero como dice mi madre mucho más la batería. Tenemos la suerte de haber crecido en una familia donde nos han posibilitado seguir nuestra vocación y a la vez nos han obligado y enseñado a estudiar, formarnos continuamente, viajar, aprender de la mundología y sobre todo a ser responsables, con lo nuestro y lo de los demás.

Según lo que vivo por mi hermano y lo que le veo como profesional, la agricultura y la música no son oficios tan distintos, al menos nuestros perfiles son similares. De hecho mi padre siempre nos recuerda que en la zona de Calatayud hay un gran número de agricultores que complementan su actividad con la música. Ambas profesiones son altamente vocacionales, mundos en los que difícilmente sobrevivirás si no lo tienes impreso en tu ADN. Y si sobrevives será una agonía. La explicación es sencilla, muchas horas de trabajo, pocos días de fiesta, compromiso máximo cada minuto, no suelen ser un chollo económico y trabajo duro y a menudo injusto. Cuando no llueve, graniza y cuando no, se hiela todo.

En la agricultura como en la música todo está en 4 manos, en mi caso es la bolsa de Chicago y sus especuladores financieros que marcan precios de venta de hace 20 años teniendo costes de producción del 2016 y nos producen vaivenes vertiginosos imposibles de predecir. Son cuatro grandes gigantes trasnacionales y deshumanizados que lo último que les preocupa es que la gente se alimente. En la música, por lo que veo, a la piratería, los derechos de autor y la infravaloración del trabajo del artista hay que sumarle lo mismo, 4 compañías que deciden quien sí y quien no, que estilo sí y que estilo no en base a criterios que poco tienen que ver con el talento… y mucho con el dinero.

Y así es el mundo en el que tenemos que vivir. Por eso los que somos vocacionales, ya seamos músicos o agricultores somos gente especial. Especial porque seguimos disfrutando de nuestra profesión pase lo que pase. Movemos el mundo porque la vocación se traduce en trabajo, compromiso, implicación, cooperación, etc. Y esto genera la obligación de trabajar en pro del sector, de la profesión, de tu pueblo o de tu mundo. Al menos para mí es una obligación.

Vivimos en una sociedad que no cree en la vocación, si no en lo más rentable económicamente. Pero estoy convencido de que al final te arrepientes, aquello de que la cabra siempre tira al monte… Te arrepientes porque vale más el orgullo del trabajo bien hecho o la satisfacción del momento que cualquier otra cosa del universo. La sensación que sentís los músicos cuando estáis tocando con una banda brutal donde todo fluye y el resultado es el sonido que buscáis debe ser, con perdón, la ostia. Lo sé porque es lo mismo que me pasa a mi cuando veo una cosecha buenísima fruto de mi esfuerzo o escucho que alguien le echa un piropo a mis patatas ecológicas o simplemente cuando estoy sembrando y veo que la tierra se queda de cine. Y hay gente que nunca sabrá lo que es esto…

Ambos somos artesanos, yo produzco alimentos y Adrian alimento para el alma. Somos felices por tener un trabajo a medida, que nos permite desarrollarnos completamente y que nos genera una forma de vida, de enfrentarnos al día a día especial… Da igual lo injusto que sea,  lo acabas disfrutando y eso es un peligro porque corres el riesgo de quedarte encerrado en el cruel y maravilloso mundo de tu profesión, perdiéndote una infinidad de cosas maravillosas y desconectándote de la realidad. Pero para eso está nuestra gente, para rescatarnos de vez en cuando…

Así que enhorabuena a todos los que tenéis las agallas, la suerte y el entorno adecuado y posibilitador para poder dedicaros a lo que realmente os gusta, porque los que lo hacemos no nos podemos imaginar cómo sería la vida levantándote todas las mañanas para ir a un sitio que no te gusta o que simplemente “ni fu ni fa”. Y a los que cuestionan desde una lógica mercantilista colocándose a un nivel superior solo les puedo decir y desear… good luck.

 

PD: Hay una frase de una canción de Loquillo y los trogloditas que se llama “Rock and Roll actitud” que siempre me viene a la cabeza en estos casos: “No olvides, no traiciones lo que siempre te ha hecho vivir, no olvides no traiciones lo que llevas muy dentro de ti porque no muere jamás tu rock and roll actitud”, o la que sea.

Marcos Garcés Lizama.

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